Mis tardes con Margueritte

Mis tardes con Margueritte

viernes, 2 de julio de 2010

ENTREVISTA CON GÉRARD DEPARDIEU

- Ya había trabajado con Jean Becker en Elisa, a mediados de los años 90, pero ¿cuánto hace que se conocen?
- Tengo la sensación que desde siempre. Jean pertenece a una tradición cinematográfica cuyos miembros han sido, en cierto modo, mis progenitores. Me refiero a actores como Jean Gabin, Bertrand Blier, Paul Meurisse, Pierre Brasseur o Michel Simon, a autores como Michel Audiard y su sentido único de la réplica, del diálogo, del idioma. Todo eso se ha perdido. No es casual que Jean sea uno de los pocos cineastas, con Claude Chabrol, que conservan y hacen vivir ese espíritu perteneciente a un tipo de cine popular que va desapareciendo. Basta con ver sus películas, le interesan los detalles.

- ¿Ha cambiado mucho Jean Becker desde que rodaron Elisa?
- No, solo es más exigente. No se fía de sí mismo. Jean es un hiperemotivo patológico. Quiere que la verdad se palpe en sus películas, no que sea cine. Forma parte de los realizadores que no siempre consiguen formular lo que quieren conseguir. Pero los artistas son ellos, porque el arte no se traslada mediante la palabra. Es algo parecido a lo que encuentro en el vino o en la escultura, hay que ser mago para conseguirlo. No puede explicarse. Saberse de memoria el manual de la puesta en escena perfecta no significa ser un gran realizador.

- ¿Cómo llegó a trabajar en TARDES CON MARGUERITTE?
- Bertrand de Labbey me hizo llegar la novela de Marie-Sabine Roger. En cuanto la leí, le llamé para decirle que Jean tenía el don de escoger libros magníficos. Al fin y al cabo, para hacer cine, ¿no basta con una historia maravillosa como esta? No me gustan los efectos. Y en las películas cada vez hay más efectos. Jean está en la vertiente opuesta. La novela que decidió adaptar es simplemente conmovedora en el sentido más noble de la palabra. Y basta con dejarse llevar para interpretar a Germain Chazes.


- Hablando de Germain Chazes, ¿cómo es el personaje?
- No ve el mal. Tiene complejos, pero no se enfada por nada. Es tremendamente positivo, pero no por eso es un simplón. Yo habría podido ser Germain en la vida real. Es igual que yo cuando tenía 13 años y decidí irme. También yo lo observaba todo, me fijaba en todo. Le conozco, sé cuánto humor y amor lleva en su interior. No hay más que ver la relación con su madre. A pesar de que ella no le haya demostrado afecto, no la condena. Le ama una joven interpretada por Sophie Guillemin. Cuando están juntos, la diferencia de edad desaparece porque él es un ser puro. Al contrario de lo que muchos puedan creer, Germain es un personaje que encaja a la perfección en la época actual. En mi opinión, representa lo que queda por vivir si se huye de la sociedad que nos ofrecen. Germain, sigue creyendo en ciertos valores, en la vida, a pesar de haber sido arrollado por todo.

- Ya que conoce el camino que lleva a Germain Chazes, ¿fue fácil interpretarlo?
- Sí, ya se lo he dicho antes, bastó con dejarme llevar por las situaciones y por el texto. Cuando actúo, siempre intento estar lo más cerca de lo que el espectador mira o puede ver. No se qué más se puede aportar a una situación descrita y a un texto. No se debe componer, inventar, si no se quiere caer en el formateo del que tanto huyo.

- ¿Ha sido un placer trabajar con Gisèle Casadesus?
- Un placer tremendo porque me convertí en espectador. Es asombroso ver a una mujer de su edad memorizar un texto y concentrarse como hace ella; demuestra que tiene mucho valor. Pero me sedujo su increíble feminidad, su coquetería, que me parecen el fruto de una vida bella y del amor, de la esperanza o de una creencia. Gisèle cree en los pájaros, en la belleza, la pena y la tristeza en un mundo donde mucha gente carece de valor para enfrentarse a la tormenta de la pena. Cuando trabajo con ella, lo veo todo, noto sus estremecimientos. Delante de ella, me siento libre. La libertad significa no sentir miedo de nada, tener la fuerza de la vida misma. En cuanto se empieza a sentir miedo, se acabó. No temo a nada, y menos a la existencia, al contrario de mucha gente que, según envejece, se rodea de pretiles.

- Gisèle Casadesus le compara a un huracán cuando aparece en el plató antes de rodar una escena. ¿Está de acuerdo con esa descripción?
- Sí, es mi modo de ser. Pero nada más oír la palabra “Motor”, estoy en el papel. Además, también puedo quedarme dormido en una silla en vez de moverme, y trabajaré del mismo modo. La escena es lo único que cuenta, da igual lo que ocurra antes.

- ¿Sigue sintiendo el mismo placer que siempre a la hora de actuar?
- Sí, claro. Sobre todo porque hago muchas cosas cuando no ruedo y un rodaje es como un descanso. Aunque el cine haya cambiado, los equipos, la gente sigue siendo la misma. Conozco los enormes rodajes estadounidenses con su cantidad de medios y una pléyade de ayudantes. Pero se me hacen pesados. No hay lugar para la espontaneidad. En realidad, soy como el personaje de TARDES CON MARGUERITTE: vivo el presente. El pasado llega enseguida, no hace falta buscarlo. Me alimento permanentemente del presente, de todo lo que se nos escapa y vivimos cuando dormimos, cuando amamos, cuando observamos… Todo deja huellas en la memoria; el dolor, los sentimientos, sonidos, colores, olores… Y ese dolor, esos sentimientos, sonidos, colores, olores me alimentan. Eso explica por qué, antes de un rodaje, nunca pienso en el personaje que interpretaré excepto cuando el director me habla de él. Y en este caso, no iba a preparar el papel de Germain Chazes, un hombre que observa a la gente y escucha.

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